Por Pelegrin Castillo
La decisión trascendental del gobierno dominicano de poner fin a las relaciones diplomáticas con Taiwán, para establecerlas con China Popular, se realizó en la peor coyuntura internacional, con motivaciones cuestionables por subalternas y sin cuidar formas elementales. Eso explica las reacciones adversas que desde el primer momento manifestaron Estados Unidos y Japón.
El llamado a consultas de la flamante embajadora Robin Bernstein, que es un procedimiento diplomático dirigido a remarcar las diferencias entre los estados y que sólo precede al retiro de las misiones y la ruptura de relaciones, indica la seriedad del asunto. Resalta, además, el riesgo que advertimos en la conferencia que pronunciamos el 22 de junio, sobre la política exterior dominicana, por invitación del Centro de Pensamiento y Accion del Proyecto Nacional (ProNacion), de vernos atrapados en las fuertes pugnas de las mayores potencias del mundo.
Recordemos lo expresado por el señor Robert Copley, encargado de negocios de la embajada de los Estados Unidos, tras visitar al presidente Danilo Medina, en el sentido de que esa decisión podía provocar «la desestabilización de la región».
Es obvio que el gobierno dominicano, por sus apreturas presupuestarias y los asedios a los que está sometido, reparó poco o nada en que actualmente se lleva a cabo un pulso geoestratégico muy agresivo entre Estados Unidos de América, como potencia mundial dominante, que es nuestro principal socio comercial y aliado en materia de seguridad, a pesar de los pesares, y la República Popular China, como potencia retadora, que procura redefinir el orden mundial bajo su hegemonía.
Sin dudas, se estudiaron poco los escenarios internacionales, algo que resulta indispensable para definir los tiempos y las condiciones con las que debe guiarse la política exterior de una nación como la nuestra, que, por demás, debería cimentarse siempre en la defensa de sus intereses nacionales, evaluados desde una perspectiva realista y tomando muy en cuenta su sensible y singular emplazamiento geopolítico.
Después del humillante desplante sufrido por el Presidente Barack Obama, en su último viaje a China, cuando se le obligó a descender del Air Force One, por la escalera de emergencia y sin alfombra roja, después de anunciar que la prioridad militar de los Estados Unidos, se centraría en la región Asia-Pacífico, era previsible que vendría un deterioro significativo en las relaciones sino-estadounidenses. En efecto, con la elección del Presidente Trump y su agresiva agenda revisionista del papel de los Estados Unidos en los procesos globales, se han escalado peligrosamente las tensiones en la región Asia-Pacífico y el mundo.
No sólo existe una intensa guerra comercial que amenaza implosionar la economía global, sino también una pugna diplomática, geopolítica, militar y cultural, muy cercana a una nueva guerra fría. El aspecto más resaltante de esa pugna en la región Asia-Pacífico es, sin dudas, la tensión bélica en la dividida península coreana, por un conflicto originado en la guerra fría que enfrentó directamente a China y los Estados Unidos, y que sólo se resolverá de manera satisfactoria y duradera por un acuerdo entre las dos Coreas, que involucre además a los EU y China, y quizás a Rusia y Japón.
Pero eso será difícil de alcanzar a plenitud porque la región Asia-Pacífico, tiene una larga historia de conflictos y muchos intereses encontrados. Recientemente, tanto China, como Japón -rivales históricos- ha cambiado su doctrina de defensa: China, en un giro histórico, proyecta su poder en el mar con una avanzada flota de portaaviones y submarinos, mientras que Japón modificó su constitución para eliminar restricciones al desarrollo de su potencial militar.
Teatro de conflictos
¿Dónde entran en juego las naciones del Caribe Insular y Centroamérica, que recibieron hace años, en plena Guerra Fría, el encargo de su aliado los Estados Unidos, de no dejar huérfano de apoyo diplomático a Taiwán, mientras la primera potencia mundial cosechaba los éxitos de la política trazada por Richard Nixon y Henry Kissinger, de acercar y abrir China, para debilitar el campo socialista, jugada diplomática que preparó el renacimiento espectacular del antiguo Imperio del Centro?
La situación regional, continental y mundial es muy complicada y volátil. La historia y la geopolítica nos enseñan que cuando las grandes potencias entran en confrontación por el dominio mundial, sus márgenes o zonas contiguas se estremecen y convierten en líneas de fracturas, en teatro de conflictos. El Gran Caribe ha sido una zona de penetracion de potencias extracontinentales, y el pueblo dominicano junto a otros pueblos de la región, han pagado un precio muy alto por los golpes de Estado, conflictos violentos, dictaduras e intervenciones, que suelen acompañar estos choques geoestratégicos.
El Corolario Roosevelt de la Doctrina Monroe de los EU, invocando su derecho a intervenir -aplicado por primera vez en República Dominicana en 1905-, se formuló tanto para afianzar sus intereses en la región, como para excluir a las potencias europeas que en ese entonces mostraron con el bloqueo naval de Venezuela, sus pretensiones expansionistas. En la Guerra Fría, en el juego de poder de cerco y contracerco entre superpotencias, la crisis de los misiles en Cuba, en 1962 empezó con la colocación de misiles estadounidenses en Turquía; y los apoyos a la insurgencia revolucionaria en Centroamérica, en los 80 fue la reacción a los apoyos a los mujaidines en Afganistán, para convertirlo en el Vietnam ruso.
Después del derrumbe de la URSS y el campo socialista, los Estados Unidos o pudo consolidar un nivel más alto en las relaciones con América Latina, alrededor de su propuesta de Tratado de Libre Comercio de las Américas (ALCA), debido en parte a la baja prioridad asignada a ese objetivo mientras perseguía el sueño utópico de una globalización bajo hegemonía estadounidense, y en parte a la fuerte impregnación ideológica y anti norteamericana de las posiciones de los regímenes latinoamericanos pertenecientes al Foro de San Paulo, liderados por Fidel Castro, Lula da Silva, Hugo Chávez y los Kirchner. Fue el periodo en que China, Rusia, e incluso Irán, aprovecharon para avanzar en todo el continente. Hoy, por ejemplo, en una Venezuela, sumida en una crisis abismal, la presencia china es dominante, y resulta difícil hablar de una solución sin contar con la potencia asiática que junto con Rusia son sus mayores acreedores, y que además cuentan con importantes intereses hidrocarburíferos en la Faja del Orinoco.
Una China, 2 sistemas
¿Por qué China, rompió el compromiso con Taiwán, concertado durante los gobiernos del Kuomintang, de no disputarle sus escasos apoyos diplomáticos? La ofensiva China, en esta etapa alineó a Panamá, El Salvador y la República Dominicana, pero se sintió con fuerza también en Haití, y hasta en Puerto Rico. La razón de esa réplica agresiva es que los Estados Unidos, elevó el nivel de sus relaciones con Taiwán, algo que para los chinos era desconocer el principio de soberanía e integridad territorial, «Una China, Dos sistemas». Recordemos que el Presidente Trump, recibió, apenas juramentado, una llamada de felicitación de la presidenta de Taiwán, que airó al régimen del PCCh que considera la pequeña isla una provincia rebelde. Luego, para que no quedara dudas del espíritu revisionista, el Congreso de los EU, aprobó a unanimidad la Ley de Viajes, que autorizó a funcionarios estadounidenses y taiwaneses de alto nivel a realizar visitas oficiales e intercambios.
Esos pasos provocadores, a su vez, eran la repuesta a la pretensión de China, de reducir o eliminar la presencia de los EU, en la región, en momentos en que se incrementan las fricciones en el mar meridional de China, con la política expansiva de los Nueve Trazos, que ha provocado diferendos con varios países limítrofes tanto en relación a la explotación de los recursos hidrocarburíferos de la zona como a las implicaciones de seguridad y de derecho internacional que tiene la construcción de muchas islas artificiales, algunas para uso militar.
Por lo que está visto, esa zona está cargada de enormes tensiones y potenciales conflictos. El gobierno dominicano debería tenerlo muy presente, en especial más ahora que vamos al Consejo de Seguridad de la ONU. En ese contexto, no debíamos permitir que se percibiera que somos instrumento de esa pugna, o peor aún, que existe un alineamiento de carácter político ideológico. Algo que al parecer no fue tomado muy en cuenta por el gobierno dominicano, que actuó tanto por urgencias económicas como por una estrecha visión ideológica acerca del alcance de esa decisión, que en opinión de un alto funcionario dominicano, nos situaba del «lado correcto de la historia». En realidad, Taiwán sufrió mucho menos que el prestigio de Estados Unidos, al que los chinos quisieron presentar como un Tigre de Papel, que no fue capaz de asegurar la lealtad de «sus estados tributarios caribeños» para cumplir con su antiguo aliado estratégico en la región Asia-Pacífico, Taiwán, que fue preservado en 1950 por la accion defensiva de su VII Flota de la amenaza de una invasión del Ejército Popular Chino.
Además, esa decisión es particularmente delicada, puesto que coincide en el orden político interno con una ofensiva preocupante de abrirle paso a un nuevo proyecto reeleccionista, en un continente donde los partidos del Foro de San Paulo están demostrando, como en el caso de Venezuela y Nicaragua, su determinación a permanecer en el poder por medios autocráticos y sangrientos. Los procesos políticos de la región están profundamente interconectados y las situaciones de polarización extrema e incandescente que se verifican en varios países de la misma auguran una temporada de tormentas peligrosas.
Fuerza y debilidad
Las relaciones con China debieron establecerse hace tiempo, en un momento más adecuado, y en función de intereses permanentes de la República, como es el objetivo estratégico supremo de lograr la internacionalización de la solución a los agudos problemas de Haití -como estado fallido- en Haití, antes de que la paz y la estabilidad de la isla y la región sean gravemente perturbadas por un conflicto entre dominicanos y haitianos.
Siempre he sostenido que para lograr frenar y revertir los planes criminales, funestos, arteros, que impulsan círculos de poder desde los Estados Unidos, para resolver la crisis haitiana en la República Dominicana, se precisan de grandes aliados. En primer lugar, en el propio Estados Unidos, y luego, pero no menos importante, en el continente y el mundo. Se devalúan las relaciones cuando se centran en cuestiones subalternas como alcanzar con urgencia inversiones, créditos y comercio, mientras se margina la causa nacional que debe merecer la más alta prioridad.
Sin embargo, está exclusión no debe provocar sorpresa alguna. Dice mucho sobre un aspecto que resulta el más relevante a la hora de evaluar la política exterior de los estados: la calidad y fortaleza de sus instituciones incidirá mucho en las posibilidades de impulsar la misma con credibilidad y resultados nacionales provechosos y duraderos, más allá de las coyunturas. En ese sentido no podemos olvidar que el Gobierno que tomó esta decisión histórica, invocando los principios de soberanía y autodeterminación, fue el mismo que hace poco realizó concesiones antinacionales inauditas, muy lesivas a los intereses de la República, tanto al gobierno de Obama, como a los organismos internacionales, en materia de «nacionalidad, migración, protección a la vida y la familia, refugiados y seguridad». Esas concesiones fueron tan generosas que el secretario general de la OEA, Luis Almagro, consagró al gobierno dominicano como «el mejor referente en materia política de migración en el continente».
Eso confirma la apreciación de que el giro hacia China, se efectuó desde una posición de gran debilidad, cuando las cuentas nacionales se han tornado críticas por los elevados déficits y deudas, aun a riesgo de erosionar o comprometer la relación estratégica con los Estados Unidos, relación que por demás y en otro orden, debe ser objeto de una importante reformulación al amparo de los sustanciales cambios que vienen operándose bajo la administración de Donald Trump, algunos de ellos altamente positivos, más por lo que han dejado de hacer que por lo que han hecho. Pero, sobre todo, esa fragilidad del Gobierno suscita interrogantes sobre qué concesiones no estará dispuesto a hacer a los chinos para la consecución de sus objetivos.
La relación con China, para naciones como la nuestra, posee a la vez potencialidades y riesgos. Los chinos tienen por norma, basados en el principio de soberanía y autodeterminación nacionales, así como en la naturaleza de su propio régimen de partido único, asumir una visión poco exigente sobre el linaje democrático de los gobernantes con los que hace alianzas. Ese ha sido un rasgo de su exitosa diplomacia en África, donde abundan los dictadores y hombres fuertes. Consideran que el pluralismo político, el respeto a los derechos de las minorías y la alternabilidad democrática son un producto de la cultura política occidental. En cambio, por ser una gran nación de una admirable cultura milenaria, que sufrió por más de un siglo las vejaciones de tratos colonialistas -como el periodo de los tratados proditorios-, está en mejores condiciones para cuidar con prudencia las relaciones con pueblos que sufren en el presente situaciones de vasallaje y agresión similares.
Su papel como potencia mundial no sólo será valorado por el cumplimiento de su deber de mantener bajo control a su aliado de Corea del Norte, sino por la sabiduría que aplique en evitar que sus rivalidades con los Estados Unidos en el Gran Caribe se extralimiten y exacerben. La política internacional es implacable.
El pueblo dominicano y los otros pueblos de la región, no le agradecerán a China ni a los Estados Unidos ser sacrificados como piezas en el gran tablero mundial.
El autor es: Vicepresidente de la Fuerza Nacional Progresista (FNP), exministro de Energía y Minas y exdiputado.